La Estación Del Radiopita Antonio Prieto

Isidoro Ruiz-Ramos – EA4DO

Archivo Histórico EA4DO

En el anterior artículo por el que pudimos conocer someramente de la pluma de S. Oria cómo fueron los radiopitas de 1924, el autor se refirió en especial a aquellos aficionados a la emisión a los que lograron oír algunos radioescuchas con sus receptores de galena o “lámparas”, al tratar de recibir los radioconciertos puestos en antena generalmente por las estaciones de broadcasting.

El mejor ejemplo de aquellos radiopitas con espíritu radiodifusor lo encontramos en la revista T.S.H. del 8 de marzo de 1925, como consecuencia de la actividad desarrollada desde el 19 de noviembre de 1924 por Antonio Prieto Odiaga, poco después EAR-7, cuyo domicilio en Madrid lo tuvo en el número 31 de la calle García de Paredes.

Dada la popularidad alcanzada por Antonio Prieto con las emisiones, decidió trasladarse a su domicilio para conocer la estación uno de los más importantes periodistas de entonces e impulsor de la radiotelefónía en Madrid, Arturo Pérez Camarero, redactor del diario La Libertad y director la revista T.S.H. cuyos artículos firmó siempre con el seudónimo Micrófono. Entre los principales aficionados a la emisión a los que también Pérez Camarero dedicó sus trabajos, podemos citar entre las Figuras de la Radiotelefonía al “primer radioexperimentador español”, Matías Balsera, y a quien fomentó y organizó la radioafición en España durante sus primeros años, Miguel Moya.

Pero Micrófono no quiso ir sólo a casa del radiopita Antonio Prieto y para dejar testimonio gráfico de lo que allí se iba a encontrar fue acompañado de uno de los mejores fotógrafos de la referida publicación y también del periódico La Libertad, Alfonso Sánchez, hijo del afamado fotógrafo Alfonso Sánchez, uno de cuyos retratos pudimos ver en el artículo titulado Te Sin Hache. Una vez conocidos los motivos por los que fue escrito el artículo, pasemos a la lectura de las curiosas líneas que nos dejó Arturo Pérez Camarero en las páginas 2, 3 y 4 de la referida revista T.S.H.

“Aló, aló. Aquí la estación del radiopita Antonio Prieto; García de Paredes. 31. Madrid.”

¿Quién no ha oído, sinhilistas, en el silencio de la noche, esta humorística llamada precedida de un insistente silbido y de un interminable disco de la Marcha Real?

El día 19 de noviembre del pasado año, después del concierto de la Radio Ibérica, los radioescuchas rezagados y los que escudriñaban el espacio en busca de ondas americanas viéronse sorprendidos con el extraño indicativo que en lo sucesivo había de solicitar diariamente su atención.

¿A qué empresa y qué técnico se debía la construcción de la nueva emisora? A la voluntad y al esfuerzo de un aficionado únicamente. Las emisiones fueron perfeccionándose y pronto se caracterizaron por el fino y culto humorismo de su “speaker”, conferenciante, concertista y operador, que todas estas funciones asuma su propietario y constructor señor Prieto.

Maravillados por las pintorescas emisiones en que el radiodifusor aficionado había demostrado ser capaz de montar una excelente transmisora, de radiar con relativa perfección y lanzar interesantes programas de divulgación científica y amenos conciertos con la cooperación del maestro Rollo (refiriéndose a los de papel perforado que, a modo de soporte codificado, generaron automáticamente la música del teclado al rodar mediante el pedaleo en la pianola), el profesor Disco (que sonaba bajo la aguja del gramófono), su guitarra portuguesa y la gata emisora, sentimos el deseo de curiosear el sugestivo radiomanicomio de la calle de García de Paredes para revelar a los lectores sus secretos.

En nuestra visita nos acompañó el querido camarada “Alfonsito” (popular fotógrafo madrileño) y él puede atestiguar de que fuera inútil que intentásemos describir la estación. Montones, así montones, montones de aparatos y accesorios sobre el suelo, sobre las sillas, las mesas y los aparadores de un suntuoso comedor antiguo; y cables, cables por todas partes, a todas las alturas y en todas direcciones. Y en una pieza inmediata la pianola, el gramófono, los instrumentos de la “orquesta” y un micrófono pendiente del techo. Informadores profanos nos fue más fácil describiros las instalaciones maravillosas del “Electra”, el navío Marconi, que el maremagnum del radiochiflado Prieto.

Pesa sobre nuestra conciencia un gran remordimiento: el de haber sido los culpables del cataclismo del hotel número 31 de la calle de García de Paredes.

Antonio Prieto, hombre estudioso, culto, emprendedor y jovial dirigía en su finca “La Bujeda” de Almonacid de Zorita, de la provincia de Guadalajara, los trabajos agrícolas y los cuidados pecuarios allá por el mes de abril del pasado año, cuando tuvo la desgracia de que su mayordomo se suscribiese a “La Libertad” y de que cayese en sus manos el número del día 24, en el que publicamos en la sección “Radiotelefonía” un artículo titulado “Las utilidades de la Radio”, en el que especialmente abordábamos el tema de su aplicación a la agricultura.

Desde entonces Prieto pudo considerarse perdido irremisiblemente. Concibió el proyecto de comunicarse desde Madrid con sus colonos por Radio y aleccionar inalámbricamente a los campesinos.

Regresó a la corte; escuchó en casa de un amigo; se compró su galenita; refrescó sus conocimientos de electricidad, adquiridos en la Escuela de Ingenieros Industriales; se hizo lampista (adquiriendo un receptor de “lámparas”); construyo circuitos, fundió lámparas; compró libros, hojeó revistas, y ya en el último grado de la manía soñó ser radiodifusor.

Para ello pensó comprar una transmisora, mas los presupuestos que varias casas le hicieron eran superiores al suyo. Lejos de renunciar a su proyecto, Antonio Prieto abordó la para él desconocida empresa de construirse su estación. Las casas constructoras negáronse a venderle los elementos necesarios y puede afirmarse que desde el día 5 de julio, en que serró las tablas para el mueble, hasta el 19 de noviembre en que hizo pitar a su estación, Prieto se ha construido todos los elementos, a excepción de las lámparas y los micrófonos. Lo asombroso es el procedimiento seguido y los materiales empleados.

La generatriz que hoy produce más de mil voltios con una décima de amper para la corriente de placa y seis voltios y seis amperes para la de filamento, fue en principio un motor estropeado que compró en el Rastro, donde figuraba como resto de un aeroplano deshecho durante el desastre de Annual.

El filtro está construido con bobinas de arcos voltaicos, rotas también, procedentes del Rastro.

Para conseguir los dos condensadores fijos del filtro tuvo que construir cuarenta y tres, empleando en ello todos los útiles imaginables. Hasta llegar a precisar las décimas y la clase de hilo de los fusibles para en caso de avería. Su estudio fue, como él dice graciosamente, una gran fundición de lámparas. Los condensadores fijos y variables que hoy emplea son los números finales de largas series, con inagotable paciencia construidos y ensayados.

Ya con todos los elementos, el admirable aficionado montó una estación y luego otra y otra ¡hasta seis!, pues los esquemas de los libros y revistas no le daban el rendimiento apetecido, hasta que, tomando de cada uno lo mejor, ideó el de su actual emisora. Por fin, como hemos anticipado, el 19 de noviembre el lector a quien contagiamos dijo, emocionado: “Aló, aló. Aquí la estación del radiopita Antonio Prieto.” Y su voz fue oída en todo Madrid, y días más tarde hasta en Santiago de Galicia. Fue entonces cuando el agricultor tornó a su finca, instaló una potente receptora, con la cual sus colonos reciben diariamente sus enseñanzas y sus órdenes.

La obra estaba hecha, mas el microbio de la radiomanía sigue su invasión progresista y Antonio Prieto, estimulado por los amigos radioescuchas, lanza conciertos diarios y solicitado por varias empresas está a punto de consagrarse a la construcción de estaciones radiodifusoras.

Esta es la historia ejemplar de un aficionado que, con sólo su voluntad, su estudio y su esfuerzo, es hoy una de las primeras figuras de nuestro sinhilismo.

Al hablar por el micrófono de esta rudimentaria estación, sentimos renovarse la emoción que experimentamos al hablar por primera vez en el destartalado estudio de los hermanos La Riva (los aficionados fundadores de la broadcasting Radio Ibérica). Porque para nosotros, y para vosotros, aficionados, estas transmisoras han de tener siempre mayor valor ideal y emocional que las superestaciones que puedan, en lo sucesivo, instalarse para fortuna nuestra en España. Entre las figuras emisoras de las grandes empresas y estas modestas de los querulleros de la Radio habrá la misma diferencia que existe entre los grandes trasatlánticos de turismo y las frágiles naves de los aventureros.

Cuando la cosecha dé óptimos frutos y sea recogida por los capitalistas, técnicos e industriales que a ello se aprestan legítimamente, el agricultor Antonio Prieto ostentará orgulloso su título de sembrador de radiotelefonía.

MICRÓFONO