Radiotipos: El Radiopita
Isidoro Ruiz-Ramos – EA4DO
Archivo Histórico EA4DO
En la Radiomanía que comenzó a producirse en España durante 1924 la inmensa mayoría de los interesados por la T.S.H. (Telefonía Sin Hilos) pusieron todas sus ilusiones en tratar de recibir alguna de las pocas emisiones que esporádicamente surcaron el “éter”. De este modo los radioescuchas comenzaron a propagarse por todas las provincias en progresión geométrica cuando tan sólo unos pocos quisieron llegar más allá alcanzando su dosis de protagonismo en las ondas hertzianas: los radiopitas.
Dada la popularidad adquirida entonces por el broadcastings una parte de los aficionados a la emisión trató de emular el tipo de Radio que hacían las radiodifusoras, mientras que otros comenzaron a experimentar con sus circuitos en la onda extracorta tratando de conseguir día a día mayores distancias en sus comunicaciones radiotelegráficas. Dado que los primeros fueron escuchados ocasionalmente por los escuchófilos de la época, de ellos se hicieron eco algunos periódicos y revistas como fue Radio-Ciencia Popular el sábado 28 de marzo de 1925.
Entre los Radiotipos, como los denominó S. Oria en su serie de artículos, resulta curioso hoy día conocer
En la evolución (no nos atrevemos a decir en el progreso) del radioescuchismo culmina el radiomaníaco en el radiopita. El ansia evolutiva del radioescucha no se satisfacía con la inactividad de ser sujeto pasivo y aspira a serlo activo. A este fin, con Dios sabe cuantas dificultades, se construye una estación emisora, dispone una o varías habitaciones de la casa y el día que logra radiar la primera emisión queda el radioescucha convertido en radiopita. Nada le detiene en la especulación de su nueva manera, ni trabajos ni gastos, ni tiempo.
El radiopita como sujeto social tocado de una manía no es peligroso. Por el contrario suelen ser personas de buen humor que se esfuerzan por buscar un auditorio al que entretener durante una o dos horas diarias. Esto lo saben los escuchistas por propia experiencia. En último término cuando el radiopita se pone patarra con dejar los auriculares está uno fuera del alcance de sus tabarras. Muchos radioescuchas lo están siempre por insuficiencia de sus aparatos para recibir las estaciones de estos aficionados. Por regla general nuestros radiopitas radian a horas fijas, que suelen ser las primeras de la madrugada. Su proceder es de una formalidad solemne. Salen dando el indicativo de su estación, el lugar de emplazamiento de ésta, el número de su teléfono y la reseña de su cédula personal.
Desde el primer día y desde el primer momento establecen un trato camaraderil con su auditorio del que solicitan todo género de informes por teléfono, correo y telégrafo.
-Vamos a poner un disquito -suelen decir- y ya me avisarán ustedes cómo se oye esta noche. –
Y, en efecto, un gramófono, que o es siempre muy malo o suena muy mal cuando se retransmite su música, comienza a lanzar sus desgarradoras notas envueltas en ese ruido de raspado tan característico de esta clase de aparatos. Entre tanto el radiopita ha acudido al teléfono para recibir los informes que le suministran aficionados de tan buen humor como él. Nueva aparición en el “estudio”.
– Bueno – dice al reaparecer – parece que esto no sale del todo mal y voy a cambiar el micrófono por uno nuevo que no sé cómo da. Y así un par de horas… hasta el día siguiente que se repite la escena con leves variaciones. Uno de los más simpáticos radiopitas que conocemos decía una noche:
– Estoy aprendiendo el alfabeto Morse para dar el indicativo de la estación en telegrafía, pero como este aprendizaje es cosa larga entre tanto que lo aprendo he decidido adoptar como señal los golpes ritmados de “una copita, de ojén”
La preocupación del radiopita es llegar con sus emisiones a la máxima distancia.
Han aprendido sin duda de las estaciones industriales que a diario leen cartas y telegramas de luengos países para convencer a los que en España oyen mal de que en China las oyen bien.
Claro está que el radiopita suele ser más disimulado y más… gracioso.
A lo mejor le oís decir (si tenéis excelentes receptores):
– ¡Coruña! ¡Coruña! ¡Amigo Fulano!… ¡Amigo Fulano!… ¿Qué le pasa? Hace dos días que no me dices cómo me oyes. ¿Es que no te pones a la escucha o que me tienes olvidado?
El radioescucha cándido cree en el amigo, en las cartas y hasta en la sinceridad de esta inocente farsa.
El microbio especifico que anida en el radiopita es también terrible.
En Madrid no son muchos los contaminados. Pero hay una ciudad, Zaragoza, que tiene convertida la atmósfera en una nueva torre de Babel. Los numerosos radiopitas de allí se reúnen en un establecimiento céntrico, donde cambian sus impresiones, sus hipérboles y cuentan sus éxitos.
Afirma uno que su estación ha sido oída en tal pueblo (a diez kilómetros, por ejemplo). Durante dos días falta de la tertulia un habitual a ella. Se inquiere y se averigua que provisto de un receptor le vieron en otro pueblo (dos leguas más lejano que el citado por el otro radiopita). Al fin reaparece en la tertulia blandiendo un certificado del secretario del Ayuntamiento con el visto bueno del alcalde en el que se hace constar que el día tal a tal hora se oyó en la casa consistorial la emisión radiada desde la capital por don Fulano de Tal. Este queda de momento con el campeonato del alcance hasta que unos días después establece un nuevo record otro radiopita siguiendo el mismo o parecido procedimiento.
Se han agotado los personajes creados hasta ahora -o descubiertos- por la radiotelefonía.
No tardarán en aparecer algunos nuevos, ya que el progreso de las ciencias que especulan con las ondas es inagotable.
¡Quién sabe las sorpresas que nos reservan las tan traídas y llevadas ondulaciones del éter!
¡Quién puede prever las nuevas especies y las nuevas clases sociales que harán brotar!
Cuando tales tipos se muestren a la luz, desfilarán por aquí.
Entre tanto… ¡Buenas noches a todos! – S. ORIA.